CURIOSITY

Texto: David Garcés Zalaya (Despistado Observador)

Imagen: Jordi Pope

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Hubo un tiempo en el que los metadatos eran controlados por los humanos. Su cerebro era capaz de crear perfiles de los individuos que los generaban. Así, Helen conoció a Max, lo siguió y se enamoró de él.

Cuando cumplió la mayoría de edad por fin pudo instalarse la aplicación Curiosity. A sus catorce años alcanzaba la edad suficiente para descubrir a otros similares. Ya conocía gran parte del mundo, pero sus iguales le resultaban complicados.

El ser humano había progresado notablemente en la mayoría de disciplinas del saber. Dominaba la Tierra a su antojo, era capaz de crear lluvia o sequía con innovadores métodos, las cosechas eran, así, siempre prolíficas. De este modo, había conseguido frenar también los grandes movimientos migratorios, dando oportunidades a las zonas más desfavorecidas, tanto económicas como sociales.

En contrapartida, el planeta era monocromo. Toda la humanidad disponía de un clima cálido, con inviernos suaves y prolongados veranos. A excepción de lo que la legislación protegía para mantener el equilibrio, los polos, todo lo demás estaba tocado por la mano del ser humano. Incluso los propios ejes norte y sur eran ayudados también para mantener sus condiciones climáticas.

El saber, a su vez, estaba concentrado en las aplicaciones descargables que el cerebro era capaz de procesar en rápidos flashes, y con mínimo esfuerzo. La gente ya no moría de hambre o ignorancia, lo hacía de aburrimiento.

Las grandes enfermedades habían sido erradicadas a finales del siglo XXI y la salud era la norma. Se podía curar todo, excepto la falta de amor.

Ahí todavía no había sido capaz el hombre de crear algo similar a esa sensación que alborota el corazón cuando te atrapa. Lo intentaba continuamente, pero sólo lograba aproximarse.

¡Salgo un rato!

Helen dejó sus cosas sobre la cama y se lanzó a la calle aprovechando de nuevo la cálida tarde de aquella primavera infinita en la que se había convertido su zona de residencia. Necesitaba pasear, aclarar sus ideas, volver de nuevo a casa y disfrutar de su regalo de mayoría de edad. Sobre las nueve comenzaba a bajar la intensidad del sol y se anunciaba la llegada de una suave noche. Al regresar tuvo que enfrentarse a la cena en familia que la norma moral de aquella sociedad marcaba de obligado cumplimiento.

¡Felicidades, hija!

Su madre se deshacía en muestras de afecto con su descendiente. Estaba prohibido tener más hijos, pues el planeta se había superpoblado por la ausencia de enfermedades y la igualdad de oportunidades en todos los territorios. El Gobierno Global era estricto en su política de control de la natalidad, e implacable con quien decidía desobedecer la norma, casi imposible, ya que en el momento del parto se esterilizaba a la madre para evitar un futuro quebranto de la ley.

Gracias, mamá.

En unos instantes llegó su padre. Las jornadas de trabajo de diez horas se habían convertido en la norma, se producía más y mejor, pero la población era tal, que era necesario abastecer a un planeta hambriento y ávido por cumplir sus anhelos.

Felicidades, mi niña —su padre besó su frente y mesó sus cabellos.

¡Qué bien, mamá! ¡Has cocinado artesanalmente!

La ocasión lo merece —presentando con un gesto la magnífica mesa llena de alimentos que había preparado.

Tendremos problemas… —intuyó el padre de familia—. Todas estas calorías son demasiadas. La aplicación Doctor mostrará una alerta al servicio sanitario, sabes que no está bien exceder el límite calórico diario establecido.

Estoy harta de las malditas cápsulas alimentarias. ¡Son detestables! —expuso mientras servía los platos, había cosas que el tiempo no había podido regularizar—. Saben perfectamente qué día es hoy, nuestra hija es mayor de edad, nos permitirán superar los límites.

Helen sonrió buscando la complicidad de su madre. El mundo había alcanzado grandes cotas de conocimiento, pero el control del Gobierno Global para con la población era muy estricto. Las malditas aplicaciones dominaban a los humanos, marcando los límites que no debían exceder, e informando de los infractores. En este caso, bajo la aplicación Doctor, se había erradicado la obesidad, y a partir de ahí todas las enfermedades derivadas del sobrepeso. El sistema sanitario funcionaba, pues las anomalías derivadas de los excesos propios del hombre antiguo habían sido olvidadas.

Cuéntame, hija, ¿qué vas a hacer con tu regalo?. ¿Quieres conocer a alguien especial?

¡Papá, por favor!

Deja a la niña —intervino su madre—. No creo que le apetezca compartir esto con nosotros…

Ya no es una niña… Es toda una mujer. Este año debe terminar su segunda especialidad y buscar un buen trabajo. Y un buen compañero… Es la elección más difícil que tenemos en nuestras vidas.

Tras la velada Helen se fue a su habitación y sobre su cama encontró el código de acceso a la aplicación. Se tumbó, cerró los ojos, y abrió mentalmente el World. Rápidamente navegó hasta encontrar el objeto de su deseo y lo descargó. Tras unos instantes accedió con su clave.

BIENVENIDO A CURIOSITY, pudo visualizar al entrar en su panel principal. La presentación inicial era magnífica, envolviéndola con sus imágenes de jóvenes parejas y esa música tan sugerente que la transportó a otra realidad. No tardó en familiarizarse con el entorno y miles de guapos jóvenes y bellas mujeres de su misma edad fueron lanzados por el propio sistema como posibles candidatos. Las solicitudes de amistad se multiplicaban, pero debía ser cuidadosa. Prefirió curiosear primero algunos perfiles, antes de precipitarse en conocer gente del planeta que pudiera no aportarle nada.

Ya casi había terminado su segunda especialidad: Datos y Sistemas, que compaginaba perfectamente con Entorno Virtual, cursada con anterioridad, y que esperaba le proporcionara muchas posibilidades en el mundo laboral, plagado de continuas ofertas en torno al sistema World y sus aplicaciones. Era una experta en la materia, así que decidió buscar una puerta atrás del sistema e introducirse en él. No seguiría los perfiles de sus iguales, investigaría sus metadatos para saber la verdad. Al fin y al cabo uno cuando se presenta ante el mundo sólo muestra la cara que el resto quiere que vea… Seguiría las huellas que dejamos al navegar.

Tras no conseguirlo mentalmente, decidió poner la aplicación en modo compartido y conectarse mediante su ordenador.

La noche fue larga, buscando un resquicio del sistema por donde colarse, combinando fórmulas y probando alternativas hasta que descubrió una fisura por la que acceder. Esto también era ilegal, por supuesto, pero le excitaba más la idea de conocer la verdad que la de alterar el programa o los perfiles de los usuarios.

Durmió muy poco esa noche. La mañana de formación fue tediosa y cuando finalizó sólo un pensamiento ocupaba su mente. Conectarse a Curiosity y buscar…

Tumbada en su cama, abrió mentalmente la aplicación y tras saltarse las indicaciones iniciales del programa cargó la modificación que había creado para controlarlo a su antojo. Estableció una criba para que todos los candidatos que le lanzaba Curiosity fueran filtrados por su mod. Estaba en lo cierto, había mucha gente aburrida tras grandes perfiles. Y muchas personas peligrosas tras una dócil apariencia.

Siguiendo el rastro de su manejo del World llegó hasta Max. Su perfil mostraba un chico atlético, culto e irresistiblemente guapo. Su interacción con la comunidad era muy amplia, y las solicitudes le llovían continuamente. Estaba decidida a establecer comunicación con él.

Hola, soy Helen.

Hola. Mi nombre es Max. Aunque eso ya lo sabes.

No sé muy bien que decirte, si te soy sincera… —las palabras retumbaban en su cabeza. ¿La tendría hueca de verdad como insinuaba su padre?

Deja que comience yo. ¿Por qué has aceptado mi solicitud?

Estaba claro que no podía decirle que el motivo principal era porque había hackeado el sistema y siguiendo sus huellas el programa le decía que aquel era su hombre. Debía mentirle, de forma piadosa.

Creo que me gustas.

¡Vaya forma de evadir la verdad! ¿Se podía ser más sincera y directa? Los nanosegundos que tardara en responder iban a ser eternos.

Helen, a cenar. Ya ha llegado tu padre, vamos cariño —su madre interrumpió ese momento de tal modo que la joven abrió los ojos repentinamente ante semejante intromisión cerrando con ello la aplicación y la esperada respuesta.

¡Voy! —contestó disgustada. Cerró los ojos rápidamente, entró en Curiosity, lo buscó pero no lo encontró.

Tras la insípida cena, se deshizo de la compañía de sus padres y volvió a encerrarse en su habitación. No consiguió nada más esa noche. Ni rastro de Max. Sólo podía volver a reproducir la mínima conversación. Su voz sonaba encantadora. Una y otra vez. Como un bucle infinito…

Sus huellas habían desaparecido de todo el sistema. Ya no podía seguir su rastro, como si la tierra se lo hubiera tragado. Hasta que descubrió la verdad. Su obsesión por Max le hizo seguir buscando, volver a desarmar el funcionamiento del Curiosity, entender los datos ocultos, y aborrecer su curiosidad…

Cuando comprendió que su elegido, como muchos otros perfiles, eran una creación de la propia aplicación, y que se había sembrado de metadatos falsos todo el World por si alguien decidía entrar por ahí, se sintió vacía. Igual que el niño al que descubren robando chucherías, quería el mejor caramelo, que fuera perfecto… Eso todavía no existía.

Los días siguientes fueron grises, aunque el clima, como siempre, invitara a estar continuamente en la calle. Su madre intuyó que algo ocurría y la invitó a pasear una cálida tarde de noviembre. Tras sincerarse con ella, y contarle lo ocurrido con Max, se sintió mucho mejor.

Helen, la vida es algo más que seguir huellas, filtrar y encontrar —la consolaba mientras paseaban por uno de los hermosos parques de la ciudad—. Hay veces que el azar nos guía, aunque creamos que no es así. Y el corazón manda, eso tenlo siempre presente. Aunque ahora no lo veas, es así. No podemos limitarnos a aplicaciones, programas, y demás instrumentos telemáticos para planificar nuestras vidas. La calle está llena de posibilidades. ¡Sal, vive, respira… y disfruta!

Hizo una breve pausa y ambas se fundieron en un largo abrazo.

Y si te equivocas, tus padres siempre estarán ahí para ayudarte a que te levantes de nuevo.

Las lágrimas de las dos mujeres brotaron de forma espontánea. El momento fue interrumpido por una mascota que se acercó hasta el banco para juguetear con la joven. Al instante llegó tras él su dueño a la par que Helen enredaba divertida con el can.

¡Max, ven aquí! —decía mientras el desobediente perro no paraba de hacer carantoñas a ambas—. Disculpad, es joven y no quiere más que jugar, es un cachorro atrevido y cariñoso. Le has caído bien, por cierto.

El joven amo del animal era un chico apuesto que provocó con su sonrisa que algo despertara en el corazón de Helen. Una sensación diferente a todo lo que había experimentado hasta ahora. Y no lo producía ningún programa informático. Se trataba de algo nuevo…

¿Cómo lo has llamado?

Max, es mi mascota.

¡Qué casualidad! —rio divertida mientras sintió como sus mejillas cambiaban de temperatura delatando a la joven.

¿Qué se llame así? —preguntó interesado su dueño, más que en el propio detalle, en conocer a su interlocutora.

No, no me refería a eso… —coqueteó Helen dándole a la conversación un toque de misterio—. Que nos hayamos conocido así…

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